Estos últimos días han estado coloreados de cierto color oriental.
Mismamente este fin de semana descubrí una película de animación que probablemente sea la más impactante y emotiva que he visto nunca; y más probable que lo sea durante un buen tiempo: "La tumba de las luciérnagas".
La tumba de las luciérnagas
Fácil es saber cómo dí con ella al comprobar que pertenece al Studio Ghibli, y tiene por director a Isao Takahata, en realidad su primera película con el Studio.
Se estrenó en Japon en 1988 en una sesión doble junto a "Mi vecino Totoro" de Hiyao Miyazaki y mucha gente opina que fué muy desacertado por la crudeza de una frente a la ternura de la otra.
En mi opinión es una película muy dura, muy triste, muy desalentadora, que llena de impotencia, de dolor y de llanto. Y a pesar de ello, consigue sacarte risas y carcajadas en ocasiones, toca la ternura y llegas a disfrutarla olvidando a veces el comienzo.
Aprecio mucho haberla visto sin tener constancia alguna de su trama ni su temática. Eso logro impactarme aún más.
Me caló muy hondo. Tanto que no he dejado de pensar en ella desde entonces, y ya van un par de días.
Por momentos se me viene a la cabeza la voz de Setsuko comentando cualquier cosa, y otras veces, las imágenes que mas me han impactado pasan ante mis ojos dejando completamente bloqueada. Incluso escenas que creí no fijarme mientras la veía, vuelven a mí para que las analice detenidamente.
Tarde en dormirme aquella noche. Y los sueños no fueron del todo agradables.
A veces me sorprendo a mi misma quieta, con la mirada perdida y pensando en nada - o quizás pensando en cada detalle de la laguna, del paraguas roto que no los protegía de la lluvia, en el sonido de los tres últimos caramelos dentro de la lata, de la pequeña caja de madera tan mal escondida, del color de la roja sandía ...
A veces digo que no podré volver a verla. Pero se que algun día lo haré, aunque no creo que pueda ser pronto.
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